Sara trabaja de auxiliar
administrativa en unos talleres de escritura. Un buen día, animada
por el ejemplo de su compañero Peralta, se decide a pedir una beca
para estudiar Escritura Creativa en Nueva York, ciudad que aglutina
las nuevas corrientes literarias hispanas. A pesar de haber
conseguido su sueño, Sara transitará por un camino lleno de
dificultades: a las exigencias de la universidad americana hay que
sumar el excesivo perfeccionismo de sus compañeros y la
competitividad para publicar, además de la pérdida de la identidad
lingüística.
A pesar de que es una
novela escrita por y para la Literatura (con mayúsculas), como ente
casi divino que regula las vidas de los que la adoramos, el libro de
Sara intenta desmitificar a esa criatura omnipresente y deforme que
regula nuestros pensamientos desde que nos despertamos hasta que nos
acostamos. La Literatura es una amante exigente, que nos pide a veces
más de lo que podemos dar, que ocupa nuestros sueños, nuestros
insomnios y nuestros ratos de ocio. Pero, como decía Bukowski, una
vez das con la tecla “estarás solo con los dioses y tus noches se
convertirán en una carcajada perfecta”.
Sara lo sabe, y no sólo
porque su vida haya estado siempre ligada a la escritura. También
porque sabe hacer lo que sea necesario para complacerla. La novela
tiene mucho de ella, y ese ejercicio de honestidad y autocrítica es
necesario. A pesar de la posición privilegiada de la
protagonista-escritora en la élite cultura neoyorkina, no deja de
ser una novela humilde, que habla de escribir, pero también de los
problemas cotidianos que supone la llegada de un huracán o de la
necesidad de tener que hacer la colada en pijama en el sótano del
edificio.
Sara es, ante todo, una
curranta, una picadora de piedra. Su nombre no ha salido en ninguna
de las antologías de menores de treinta, pero no por eso su calidad
es menor. Hay mucho trabajo detrás de este libro. Hace lo que mejor
sabe: escribir. Y lo hace sin alardes, sin ego, sin trompetas
que anuncian la salida de otro libro. Sin decirle a nadie lo que está
escribiendo o lo que la está costando escribir. La escritura desde
la honestidad es la única que merece existir, sin postureos ni
artificios.
Por eso, debe darnos
alegría que una editorial como Caballo de Troya decida apostar por
estos talentos silenciosos, que a la larga son más fructíferos y
provechosos. Una celebración de la literatura que nos muestra lo grande y miserable que es al mismo tiempo.
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