No hay vínculo más
siniestro ni más hermoso que el de la maternidad, afirmaba
Ariana Harwicz en una reciente entrevista. Y efectivamente, ese
parece ser el hilo conductor de este libro. Una nouvelle casi sin
argumento, que se centra en las imágenes cortas y poderosas y que
hace hincapié en las emociones extremas de los protagonistas, en
este caso un hijo y su madre.
Una madre y su hijo
adolescente viven entre los viñedos, apartados de la ciudad. Ella
sigue siendo hermosa y los hombres aún la desean. De hecho, mantiene
una conflictiva relación con uno de los habitantes de los viñedos,
formándose un triángulo imposible entre el hijo que mantiene hacia
su madre un deseo pulsátil que no llega a consumarse, el capataz y
ella. Y todo ello dentro de la naturaleza, de los viñedos, un
escenario que en ocasiones se torna pesadilla y que se alza como un
personaje más.
En Matate, Amor,
Ariana Harwicz nos mostraba una maternidad desbocada, animal, llena
de impulsos que tienden a lo salvaje. El universo como gineceo, como
centro neurálgico de un mundo en el que sólo tienen cabida un hijo
y su madre. Y también un ciervo que ronda la casa y que es una
llamada a lo salvaje. En La débil mental, se exploraban las
relaciones conflictivas entre una hija y su madre. Y ahora, en Precoz
(Editorial :Rata_), vuelven a ser una madre y su hijo (tal vez los
mismos de Matate, Amor, nunca lo sabremos) quienes crean un
mundo en el que no están del todo claro los afectos ni los tabúes y
donde el amor más grande, como el de una madre hacia su hijo,
también es el más peligroso.
Leer a Ariana Harwicz no
es leer a un autor cualquiera. No es un libro que se pueda coger y
dejar en la mesilla para continuar la noche siguiente. El lector debe
poner sus cinco sentidos para completar la historia. La autora sólo
nos brinda pedazos, diálogos, metáforas brillantes, pero no da
demasiadas pistas sobre su escritura. Es una experiencia visceral,
orgánica, de la que es imposible salir indemne. Ariana Harwicz
remueve dentro de todos nosotros traumas, imágenes bloqueadas,
pensamientos escondidos. Su literatura conecta directamente con las
tripas, donde desaparece todo asomo de raciocinio y sólo queda lo
primario, el aullido. Es por ello que se ha alzado como una de las
renovadoras del panorama literario actual.
Existe una generación de
escritoras jóvenes argentinas, como Ariana Harwicz o Mariana
Enríquez que están renovando el lenguaje, aportando originialidad a
las historias y un punto de vista dolorosamente femenino al manido
discurso dominante. Son voces frescas y viscerales, llamadas a dar
que hablar. Este tipo de lenguaje, de forma estética ha venido para
quedarse, para ofrecernos pedazos desmembrados de narraciones que
conectan. Una forma de escribir agotadora, pero muy reconfortante,
casi catártica, que merece la pena experimentar.
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