Una novela maravillosa sobre la infancia, el duelo y un sistema educativo que quiere aprisionarnos a todos
Ana es viuda y madre de
tres hijos excepcionales, de los que hoy se dice que tienen altas
capacidades. El sistema educativo español no entiende a estos
chavales y su madre, harta de que la hablen de fracaso escolar,
decide dejarlo todo y comenzar una nueva vida en Humble-le-Rice,
Inglaterra, regentando un Bed & Breakfast herencia de su marido.
Como una forma de superar
el duelo, Ana se marca como objetivo en la vida construir una casa en
el árbol para que jueguen sus hijos, mientras intenta responder a
sus incesantes preguntas sobre filosofía, arte, ciencias, etc. Pero
no basta con construir una cabaña y anclarla: deberá tener la
fortaleza necesaria para aguantar el paso de los años, pero sin
hacer daño al árbol sobre el que se asienta. Una tarea
especialmente importante porque requiere un especial cuidado y
dedicación. De esta forma, Ana irá elaborando el duelo por su
marido e irá conociendo a otros hombres, aunque, al modo de
Penélope, decidirá no estar con ninguno hasta terminar su
monumental tarea.
Asimismo, otro de los
temas que se tocan en Nuestra casa en el árbol (Ediciones
Destino) es el de la infancia en toda su máxima plenitud. Se critica
a un sistema educativo dedicado a estandarizar a los niños. Que es,
en esencia, contradictorio, ya que por un lado premia la iniciativa y
la creatividad y por otro, intenta medir a todos los niños por el
mismo rasero. Es un sistema educativo que no sabe qué hacer con los
niños superdotados, cómo motivarles y darles las herramientas
necesarias para que investiguen por su cuenta. Un sistema que suele
incluir psicólogo, reuniones con los padres y llamadas al despacho
al menor signo de alarma.
De esta forma, Ana, la
narradora (personalización de la propia autora, ya que la novela es
autobiográfica en muchos sentidos), creará un paraíso en este
rincón inglés donde los niños jugarán con herramientas de
ebanistería, instrumentos musicales, cartas de navegación,
laboratorios y podrán dedicarse a ser niños sin tener que rendir
cuentas a nadie.
Se trata de una novela
que puede recordarnos en cierto modo al País de las Maravillas, o la
isla de Nunca Jamás, pero al revés: hay adultos que no quieren
crecer ni atarse a nada (como Tom o Jim el vagabundo) y niños que
demuestran una mayor sensatez que sus familiares. Hay profundas
perlas de filosofía que salen de la boca de niños pequeños, que
como sabemos, no sólo dicen la verdad, sino que la intuyen muchas
veces de una forma desesperada y visceral. Completan la visión de la
historia las entradas del diario de Ana, las cartas que escribe
Michael y la propia narración de los hermanos (ya mayores) hoy en
día.
Dice Sergio del Molino en
la faja de este libro que lo recomendaría como lectura en las
escuelas, pero para los profesores. No puedo estar más de acuerdo
con él. Y aunque poco a poco, se van imponiendo ciertas formas de
enseñanza, como el método Montessori, queda un largo camino por
recorrer. Sólo nos queda incentivar a nuestros niños para que sean
capaces de llegar donde quieran con su imaginación e intentar darles
la mejor infancia posible.
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