Una gran novela de estilo victoriano repleta de humor negro, guiños góticos y una prosa brillante.
Se ha definido a Los
que no perdonan (Ediciones Nevsky) como una especie de pastiche victoriano, que toma
elementos de otras novelas clásicas del género (como Jane Eyre o
Grandes Esperanzas) y las adapta al mundo particular de la autora.
Sin embargo, el universo de Charlotte Cory es tan rico y complejo que
abarcarlo desde este único punto de vista seria injusto.
El libro cuenta la
historia del arquitecto Edward Glass, hombre de éxito dedicado sobre
todo a los edificios funerarios que quiere construir una gran obra
con la que pasar a la posteridad. Cuando su mujer fallece, Edward
decide casarse con la viuda Elizabeth Carthcart, con la esperanza de
que ponga paz en su mundo doméstico. Este a su vez está compuesto
por sus tres hijas: Stacia, Milla y Helen y por un personal de
servicio indescriptible. Al mismo tiempo, el arquitecto tendrá que
lidiar con un subordinado pelota, con la envidia de sus colegas y con
una gran obra que se le resiste.
Quizá esta novela pueda
calificarse de novela coral, ya que los secundarios tienen su propia
voz y se revelan como personajes muy bien definidos. De este modo,
tenemos a la señora Curzon, una miserable ama de llaves que sólo
codicia los objetos de su ama muerta, al doctor Morgan, embaucador
espiritista en una época en la que el mesmerismo y la invocación de
los muertos estaba de moda y en general, a todo el universo que rodea
a la casa de Oxford Street en la que viven los protagonistas.
Destaca asimismo el
cambio de tono en el libro. Si la primera mitad es alegre y
despreocupada, con un humor brillante y sarcástico con el que se nos
definen los personajes que van apareciendo, la segunda es más
pesimista y desoladora. Narra el final de una época, la de las dos
guerras mundiales, y la de una Inglaterra que va perdiendo a
trompicones unos valores para adoptar otros, en mitad de una sociedad
de la que se han hecho cargo las mujeres mientras los hombres van a
morir a las trincheras. En medio de este caos, Milla Glass, la hija
mediana del arquitecto a quien éste nunca ha tenido mucha estima, se
verá enfrentada a otros personajes peculiares, como el insistente
biógrafo de su padre o a sus propias hermanas. Todo ello mientras
los edificios de Edward Glass se derrumban a causa de las bombas
alemanas, marcando el final de una era que empezó con la Revolución
Industrial.
Uno de los triunfos del
libro es el de haber reflejado perfectamente la mentalidad femenina
de la época. De hecho, se trata de una novela muy femenina, que
refleja los logros de la mujeres a pesar de que la mayoría de ellas
no podían salir del ámbito del hogar. De este modo, tenemos a la
hermana mayor, Stacia, que sólo vive para encontrar un buen partido
y a su contrapunto, Hellen, la hermana pequeña, que abraza todas las
causas posibles para ayudar a sus semejantes. Cada mujer de la casa
domina un pequeño reino de la misma. La señora Curzon es el ama de
llaves, que tiene acceso a todos los rincones de la casa y a quien le
gusta mandar sobre sus subordinadas. Por su parte, Emily, la
institutriz, cumple a duras penas con su trabajo para dedicarse a su
verdadera vocación: traducir volúmenes antiguos del latín y del
griego. Frente al antiguo orden que postulaba que la mujer debía
administrar el hogar mientras el hombre ganaba el sustento, algunas
de las protagonistas demuestran que el género femenino daba para
algo más.
Es un libro que no sólo
gustará a los anglófilos, por lo bien que refleja esa época
victoriana. Que nadie se deje engañar por la ligereza de las
primeras páginas. La historia irá avanzando como un rodillo firme y
bien construido hasta reflejar el verdadero carácter de los que no
perdonan. Es un excelente descubrimiento y un libro maravilloso.
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