La escritora de Bilbao nos trae una novela con historias que se entrecruzan y personajes que buscan la salvación.
Ahora
no os lo creeréis, pero hubo una época de esplendor en España, sobre todo en
las zonas costeras. Era una fiesta continua de pelotazos urbanísticos, de
concejales untados por constructoras para que permitieran edificar en espacios
protegidos. De urbanizaciones en medio de la nada o al contrario, tan al pie de
playa que se edificaban casi en la arena. España vivía una fiesta perenne a
causa de una economía de la que tiraba la construcción, en la que el ladrillo
era sinónimo de inversión y de futuro y si no te comprabas una segunda vivienda
eras tonto.
En
medio de ese marco que auguraba una tormenta como la que sufren los personajes
en el libro, varias historias se entrecruzan y los protagonistas cambian (o son
cambiados) gracias a las circunstancias de los demás.
El
Límite Inferior (Salto de Página) se ambienta en La Solana, un pequeño pueblo
costero donde se desenvuelven las vivencias de Víctor y Valeria, un matrimonio
sin hijos en plena crisis, que pretende aprovechar el viaje de negocios de él
para ver qué se puede hacer con su relación estancada. Víctor representa la
España de la estafa inmobiliaria, de las constructoras que daban duros a
pesetas.
Brigitte
es una guía francesa afincada en España que ha hecho del turismo su forma de
vida. El litoral español, lleno siempre de turistas jubilados europeos que
intentan disfrutar aquí del sol que no tienen por ahí y de la comida española,
que ya se sabe que como en España no se come en ningún sitio, o al menos eso
dice la mentalidad provinciana. Brigitte también esconde un pasado turbio del
que no logra escapar.
El
tercer punto del triángulo es Breogán, artesano que intenta ganarse la vida con
sus creaciones para parques temáticos, el otro boom de la España de principios de siglo. Sobre todos estos
personajes se abatirán dos circunstancias adversas que les pondrán al límite y
les harán plantearse quiénes son en realidad. La primera es la gota fría,
temibles tormentas que asolan el litoral con fuertes lluvias y granizos. La
segunda es la desaparición de un niño de nueve años que vive en el pueblo y con
el que todos los personajes están conectados de alguna manera.
Nere
Basabe domina con una gran maestría todas las tramas, proponiendo al lector un
trabajo activo para completar las historias. Con un estilo descarnado, al más
puro estilo del Chirles de Crematorio,
la escritora esboza un pueblo playero donde se juntan todos los defectos de una
España a la que ya empezaba a aproximarse una gota fría como la que anuncia el
libro. El escenario es inigualable, y las posibilidades simbólicas de La Solana
aportan matices muy ricos al conjunto. Es una lectura que engancha y que obliga
al lector a seguir avanzando en el texto hasta llegar al final. Se lee con
gusto y con el regusto amargo de quien echa la vista atrás y comprueba la que
se nos venía encima.
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